Sunday, March 30, 2008

Cultura mafiosa

Por: Jaime Ruiz

Existe una evidente relación entre la consideración de la democracia colombiana como "cultura mafiosa", "Estado mafioso" por parte de la Universidad" y la repetición idéntica de esa misma descripción por parte de la senadora Piedad Córdoba: parece algo acordado previamente, un consenso sobre el argumento que usarán para promover sus fines.

Bueno, no es nada raro que quien firme esa denuncia sea el mismo profesor según el cual “la violencia puede ser o es la forma efectiva de enfrentar a formas de democracia liberal autoritaria como es la nuestra”. Ni que a la defensa de la decencia más escrupulosa se sume un filántropo solidario de la categoría de Alfredo Molano.

Vale la pena detenerse en esa oposición característica, pues en verdad es sólo el recurso complementario a la propaganda que desde hace años explota la Internacional chavista contra el gobierno colombiano. Se genera un juego de opuestos en el que de una parte resulta la mayoría de la sociedad colombiana, de la gente mal vestida y dada a adorar al dios dólar, de los que no citan a decenas de autores para sustentar cualquier afirmación ni cuentan con antepasados ilustres ni con sueldos copiosos por clamar contra la desigualdad, y de la otra los académicos y personas decentes que condenan sin ambages la guerra contra las drogas, al mismo tiempo como intromisión extranjera y como atentado contra las libertades, que condenan el guerrerismo y piden lo que cualquier persona civilizada quiere: una solución política negociada al conflicto social y armado.

La deriva del argumento tiene un innegable valor: describe el verdadero origen del conflicto y la aspiración del vasto bando de las personas decentes. El sueño totalitario surgió como pretensión de ahormamiento por parte de la “academia”, en buen cristiano, de dominación. El predominio del apoyo a los terroristas y a los gobiernos bolivarianos en la universidad sólo es otra manifestación de ese carácter atávico de la lucha por la justicia social. (Con los mismos argumentos con que se defendía la esclavitud, en esos medios siempre se ha descrito la libertad como un lujo al que acceden los que poseen recursos y la libre competencia como algo que favorece a los poderosos, pero misteriosamente, generación tras generación, los justicieros y protectores de los humildes, hegemónicos en la universidad y en sus precursores, el seminario y la madrasa, son mucho más ricos, mucho más poderosos e igualmente antiliberales e improductivos.)

Un típico producto académico como Antanas Mockus no escapa a esa lógica. En un examen de conciencia que publicó para justificar su asistencia a la marcha de desagravio a las FARC enumera lo que no hizo y debería haber hecho para contrarrestar la espiral de violencia: de ninguna manera se le ocurre que haría falta desaprobar las aspiraciones programáticas de la “izquierda”.

Menciono a Mockus porque su denuncia del “atajismo” resulta muy útil para sumarse a la descripción “académico-chavista” de los problemas colombianos como resultado de la “cultura mafiosa”. Su participación en la marcha del 6 de marzo —al igual que su pretensión de ser candidato a la vicepresidencia con Carlos Gaviria en 2006— no corresponde a la casualidad: por muy ingeniosa que sea la pedagogía ciudadana nunca llegará a ser tan eficaz como la que se ha practicado en Cuba y en Corea del Norte. Y sin la menor duda todos los profesores “visionarios” están mucho más cerca de Piedad Córdoba o de Óscar Mejía que del consejero Gaviria.

Con todo se trata de una falacia repugnante: lo que tiene delante la sociedad colombiana es si opta por la asimilación a la democracia liberal o al socialismo del siglo XXI. Muchos de los supuestos elementos de “cultura mafiosa” corresponden a restos de primitivismo, a rasgos de la misma tradición católica-esclavista de la que sale la aspiración socialista de la universidad, a consecuencias de la pobreza o aun de la violencia que la lucha revolucionaria introduce en la sociedad. Los opositores de la “cultura mafiosa”, que sin el menor rubor pretenden identificar con el capitalismo, con el gobierno de Uribe (se trata de muchas personas que prosperaron durante el gobierno de Samper y promovieron la candidatura de Serpa, como el citado Molano) o con cualquier cosa que estorbe su aspiración chavista, extrañamente quieren que se premie el secuestro y se justifique el narcotráfico de la juventud de izquierdas en aras de la paz.

(En el artículo “académico” enlazado arriba de Óscar Mejía se excluye a las guerrillas del narcotráfico: no se trata de que el escrito de ese profesor, próspero gracias a los recursos de los demás colombianos, sea pura propaganda política, es que en la propaganda también debería estar excluida la mentira descarada, como en el periodismo o en la jurisprudencia. Es algo inconcebible para un colombiano, como la idea de que el rechazo de los objetivos del Foro de Sao Paulo es un deber de los verdaderos demócratas.)