Monday, June 18, 2007

Filántropos Complementarios

Por: Jaime Ruiz

Cuando se piensa en la actitud de los demócratas norteamericanos ante Colombia siempre queda la duda acerca de sus verdaderas intenciones e intereses. Por una parte es evidente que hay una franja de la opinión que se opone al libre comercio con competidores que juegan con ventaja (mano de obra, combustibles, servicios y alquileres más baratos), y que esa franja está en la base del Partido Demócrata, pero a eso se añade el factor ideológico: el extraño apego a la democracia que llevó a gobiernos como el de Carter a apoyar el ascenso sandinista.

A mí me parece que este factor corresponde más a hipocresía, que realmente a los políticos que se ensañan con Uribe les importa muy poco lo que les pase a las víctimas de la violencia en Colombia y que sólo buscan mostrar un aspecto grato a la buena conciencia de sus votantes. Pero incluso en éstos se percibe ese mismo efecto perverso de la compasión y la caridad: les encanta que haya gente miserable y desesperada a la cual tratar con condescendencia, en realidad no pierden nada si se multiplican las muertes en Colombia, sino que la persistencia del conflicto les sirve de pretexto para reforzar su esquema ideológico de un mundo amenazado por los reaccionarios religiosos republicanos y sus aliados en Latinoamérica.

En eso se debería pensar al percibir la extraña alianza de los demócratas con los socios del narcoterrorismo en Colombia (sí, los que quieren que se permita a las FARC hacer acopio de armas y exportar cocaína gracias al despeje de una amplia zona en el Valle del Cauca, en su jerga canallesca intercambio humanitario, o que las masacres se conviertan en fuente de derecho y se premien con cargos públicos y presupuestos, es decir, la solución política negociada, o la constituyente de paz, pues se trata de unos asesinos con mucha facilidad de palabra). Sobre todo si se tiene en cuenta que entre los artífices del despeje del Caguán destaca en primerísimo lugar la administración Clinton, cuyos representantes llegaron a reunirse con los de las FARC en Costa Rica.

Un episodio del Caguán me permite saltar del tema de los intereses de los demócratas al de la forma en que todo eso se percibe en Colombia: ¿habrá quien todavía recuerde que el presidente de la bolsa de Nueva York fue al Caguán a reunirse con Tirofijo por petición de Bill Clinton? Ese simpático apaciguador no perdía nada porque en esos años gracias al despeje fueran secuestrados varios miles de colombianos, pero lo interesante es que Fernando Garavito, un columnista muy representativo de la prensa del país y de su clase intelectual (también es un poeta con algún renombre y estuvo casado con la suicida María Mercedes Carranza), ¡salió con que el presidente de la bolsa estaba negociando con Tirofijo las inversiones de las FARC!

De eso nadie se sorprendió. ¿Cuántos colombianos aceptarían esa teoría? Mucho me temo que la mayoría, en el supuesto de que leyeran la prensa. A fin de cuentas, uno de los argumentos favoritos contra el TLC es que no puede haber libre comercio cuando alguien vende las cosas demasiado baratas (los cereales subsidiados, que podrían abaratar la comida de los pobres en Colombia). ¡Contra tan odiosa pretensión trabajan los compañeros del PDA, defensores de las justas reivindicaciones de los obreros estadounidenses!

Hay una extraña armonía en la forma en que se comprenden y complementan los nuevos aislacionistas y los supervivientes del comunismo: los del norte son tan buenas personas que no quieren destruir a Colombia vendiéndole cereales subsidiados y los del trópico reivindican sobre todo la solidaridad de clase, no vaya a ser que por crear puestos de trabajo en Colombia se abaraten los sueldos de los estadounidenses. Del mismo modo, unos y otros buscan por todos los medios que fracase el único gobierno en varias décadas que ha reducido drásticamente todos los indicadores de violencia y ha favorecido un salto en los de PIB y desarrollo humano que parecería increíble en un país que hace menos de una década estaba al borde del abismo.

Es que cuando la izquierda democrática haya conseguido el retorno a los diez secuestros diarios la buena conciencia de los votantes de Obama no habrá sufrido ninguna merma, y puede que su economía tampoco. La pasión antiamericana servirá para defender los ingresos de los sectores menos dinámicos de EE UU y el humanismo desinteresado para alentar el asesinato en masa.