Wednesday, January 23, 2008

Como nace un "paramilitar" (II)

"Firmó la carta, cerró el sobre y la envió a Bogotá. Su destinatario: el ministro de Defensa, Fernando Botero Zea, el responsable final del orden público en el país y, por tanto, en Córdoba. El remitente, un ganadero y agricultor, Salvatore Mancuso, que pedía protección al
Gobierno para él y su familia.


La situación de Córdoba, después de la desmovilización del EPL, lejos de mejorar había empeorado. En cuatro años, las FARC ocuparon los territorios a los que no había llegado asistencia del Estado, ni siquiera la Fuerza Pública, al punto que en los primeros cuatro meses de ese año habían sido robadas 100.000 cabezas de ganado en Córdoba 1, los secuestros de ganaderos superaban los 500, más de 50 habían sido asesinados, con unas pérdidas para el negocio ganadero cercanas a los 900 mil millones de pesos 2. Mancuso tampoco escapó
a esta segunda arremetida guerrillera.


Una noche de junio de 1995, cuando se desplazaba de Tierralta hacia Montería, estuvo a punto de terminar secuestrado junto a su esposa Martha Dereix y sus hijos, Gianluigi de 13 años y Jean Paul de 2, en un falso retén instalado en la carretera por el Frente 18 de las FARC.
Le resultaba inaudito pensar que los soldados de la base militar de Tierralta, a quienes les había pedido información por radio, no estuvieran al tanto de la presencia de la guerrilla en la vía. Llevaba tres años organizando comunicaciones, reuniones, convenciendo ganaderos de que unidos podían enfrentar la subversión. Tres años sin apartarse de las indicaciones de la XI Brigada y más de uno al frente de la Convivir Horizonte Ltda., la primera que se organizó en
Córdoba.

Mancuso aprovechó la autorización que le daba el Decreto 356 de 1994 3, el último de orden público que firmaron el presidente César Gaviria y su ministro de Defensa, Rafael Pardo, reunió a los cuatro ex soldados que le había conseguido el comandante del Batallón Junín,
contrató otros ocho muchachos y llevó al límite la autorización legal, armándolos con sub ametralladoras calibre 9 mm, pistolas 9 mm y escopetas calibre 12. Con el cambio de gobierno, Mancuso veía en Fernando Botero, quien compartía a fondo la estrategia de las
Convivir, el nuevo aliado en su confrontación con la guerrilla. Por eso esperaba su pronta respuesta.


Pero la carta que para él tenía tanta trascendencia, para el ministro Botero era una más de las que a diario llegaban al Ministerio a formar parte de los documentos radicados en correspondencia y a los que nunca se les da respuesta. Botero se había preparado como nadie
para ocupar el cargo de ministro de Defensa en el gobierno de Ernesto Samper, nombramiento que celebró con un fastuoso brindis, acompañado por un nutrido grupo de amigos de la sociedad bogotana, el día que tomó juramento ante la cúpula militar en la Escuela Militar de Cadetes. Así que estaba para grandes proyectos y no para minucias locales y menos de una región tan lejana para él como Córdoba. Pero esos macroproyectos se frustraron con su renuncia obligada a raíz de su vinculación al proceso 8.000. Mancuso esperó respuesta durante varios meses antes de dar un nuevo paso, esta vez
irreversible.
Días atrás había conocido a Vicente Castaño 4. Recordaba el encuentro, rápido y sin rodeos en su cuartel de mando en Las Tangas.
El contexto del primer encuentro no fue fácil. Empezaban los excesos de los grupos que los ganaderos habían armado, y Vicente, como Fidel lo había hecho en otras oportunidades, se vio en la necesidad de llamar al orden y exigir obediencia a todos los grupos. Aunque el caso
de Mancuso era distinto por sus orígenes mismos, y porque frente a él y su grupo no existía ningún reparo, la estrategia de guerra de Vicente también lo cobijaba. La urgencia de un mando único se convertía en un imperativo. La guerra entraba en una nueva etapa: la retoma de Urabá, el Eje Bananero y la salida al mar, que exigía coordinación y concentración de fuerzas, hombres, armas y municiones. Esa tarde se creaban las bases de lo que serían las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá"


Salvatore Mancuso, su vida, Capitulo 10