Por: Jaime Ruiz
La definición del populismo es de lo más esquiva, un poco como el mismo "pueblo" de que deriva el término y que puede entenderse como "todos" o como "los de abajo". Aventurando un poco una descripción para saber de qué se habla diré que se trata de políticas orientadas a complacer a capas sociales numerosas y poco definidas aplicando medidas que pueden no ser prudentes ni justas ni corresponder a ningún proyecto de mejora efectiva de la sociedad.
De ese modo, las políticas populistas son recursos típicos de los malos gobernantes, que obtienen respaldo mayoritario transgrediendo los principios democráticos o perjudicando a minorías, o a costa del futuro de la sociedad que pretenden dirigir.
Según la definición de la Wikipedia, el populismo se diferencia de la demagogia en que en ésta no hay propiamente acciones mientras que el primero supone que las hay. Ambos términos tienden a confundirse, pero ese matiz permite delimitar el concepto.
Las medidas populistas en sociedades culturalmente atrasadas son prácticamente inevitables, pues el gobierno que se negara a jugar con ellas fracasaría ante las promesas de sus contendores, más o menos como un psicólogo serio fracasaría ante competidores expertos en vender halagos y optimismo al leer el tarot. Por eso las denuncias sobre el populismo de los gobernantes se deben mirar con cuidado, pues no todos los gestos populistas son equivalentes. En cierta medida, la acogida que tengan las medidas populistas muestra las inclinaciones de la sociedad en determinado momento más que la intención recta o perversa de los gobernantes. Es decir, la persona equilibrada y sensata no proyecta su vida según el tarot, pero puede hacerlo en caso de encontrarse desesperada. Los gobernantes que quieren obtener el reconocimiento de las personas informadas y conscientes o de los gobernantes de otros países no aplican políticas populistas, salvo que el acoso de la oposición o las dificultades de la gobernabilidad los fuercen a ello.
Un rasgo característico del populismo es la explotación de los prejuicios tradicionales que comparte la comunidad. La generosidad de los gobernantes es un caso típico: las mayorías son miserables y ante la prosperidad de algunos se sienten agraviadas, de modo que el gobierno los despoja y reparte el botín entre sus seguidores. Cuando no hay nada qué repartir, o cuando el gobierno necesita a esos poderosos a los que podría despojar, el recurso es el endeudamiento. En ese caso lo que permite el populismo es el desconocimiento generalizado de lo que permite crear la riqueza. O la creencia, muy relacionada con la religión, de que la riqueza tiene otro origen que el trabajo productivo y es en cierta medida un "derecho" que se adquiere al formar parte del "pueblo".
La idea de "pueblo" y las prácticas populistas llevan en sí el estatismo: tanto la redistribución como cualquier otra medida que ganara grandes aplausos, como la pena de muerte o la lapidación de los sodomitas, supondría en realidad una expansión del poder del gobernante. Cuando el "pueblo" no está atomizado y encuentra una voluntad clara y un agente que lo ejecuta, siempre se logra una expansión del poder guerrero a costa de los bienes, las libertades o la vida de otros.
A pesar del rechazo que inspiran las campañas de los frentes de lucha parlamentaria y periodística de la izquierda democrática contra el actual goierno colombiano, es necesario denunciar y combatir sus resbalones hacia el populismo, algo que por una parte no necesita y por la otra sólo serviría para enajenarle el apoyo de la gente sensata e influyente. Los entusiastas que aplauden cualquier exceso pronto perderían el interés o encontrarían a un Herodes o a un Pilatos más generoso (que les entregara la cabeza del Bautista o de Cristo), mientras que el desprestigio entre quienes tienen conocimiento sería irreparable.
Leyendo el blog del profesor Alejandro Gaviria me enteré de esta noticia de Caracol Radio:
Un ingreso básico equivalente a tres salarios mínimos, es decir un millón 300 mil pesos actuales, devengarían mensualmente todos los trabajadores colombianos, con título profesional, si prospera en el Congreso de la República un proyecto de Ley que radicó el movimiento político Alas Equipo Colombia. Su promotor es el senador Gabriel Zapata, quien explicó que con esta iniciativa se busca acabar con la explotación salarial que hacen de los profesionales muchos empleadores en el país.Según la propuesta, la empresa o el patrono que no reconozca el salario básico que fije el Congreso sería sancionado con multas de hasta 500 salarios mínimos legales mensuales, es decir más de 216 millones de pesos. El proyecto de Ley establece que en las contrataciones no laborales de personal profesional se deberá garantizar cuando menos unos honorarios iguales o superiores a los tres salarios básicos mensuales. "Tratar de lograr estándares de salarios para las diferentes poblaciones que vayan de acuerdo con sus capacidades y preparación, y no de acuerdo con el gusto del empleador, ha sido una lucha constante en la que se ha ganado algún terreno", dijo el congresista.
La propuesta tiene por objeto atraer a los estudiantes universitarios y a los titulados que tienen ingresos inferiores a los previstos. Y de paso se apoya en una creencia endémica del país: la de que uno merece un ingreso por haber estudiado. El que con medidas como ésa no se favorece la contratación, y que por tanto la propuesta lleva una falacia y sin embargo quien la hace es congresista dice mucho de la calidad de las universidades colombianas. Es decir, una mesita para leer el tarot no sería fácil encontrarla en los departamentos de Psiquiatría de las facultades de Medicina de los países civilizados. Para que alguien la haga es necesario que exista el público que demanda soluciones de ese estilo.
Es una lástima que el gobierno no haya salido a desaprobar esa propuesta. No lo harían los congresistas de la oposición realmente existente porque es la esencia de sus programas (¿o no?). Pero alguien debe pensar seriamente en remediar las cosas y no en buscar apoyo precisamente entre esos estudiantes tan conscientes de su ineptitud que esperan que el gobierno fuerce a alguien a pagarles veinte dólares al día. Tan poco dispuestos a trabajar que excluyen de plano la posibilidad de hacerlo por cuenta propia.
EXACTAMENTE del mismo jaez es la propuesta de penalizar la dosis personal de drogas. Un regalo para los espectadores de los autos de fe que quieren expiar la envidia que les producen los placeres de los consumidores persiguiendo sus hábitos. Los pretextos que se usan para eso son a cual más falaces e indecentes. La torpe certeza de que la causa de la delincuencia es el consumo de drogas es equivalente a la de quienes creen que la prostitución es consecuencia de la moda de la minifalda. Es normal que los delincuentes se droguen porque al haber renunciado a la honra y al porvenir convencional la tentación del placer y aun de la disolución es más poderosa, pero antes de que la marihuana o el basuco fueran populares había una proporción semejante o peor de delincuentes. Y en muchos otros países los jóvenes consumen drogas de esa clase sin necesariamente convertirse en ladrones.
La torpeza del gobierno a ese respecto es impresionante: ¿cuánto ha callado ante las calumnias y falacias miserables de AI, de HRW, de los burócratas de la ONU, de los columnistas y de los portavoces de la Izquierda Democrática Armanizada para no producir la impresión de ser un gobierno que amenaza las libertades y el derecho a la oposición? Después, en un terreno en el que no se juega nada más que el apoyo masivo que de momento no le resulta apremiante, precisamente cae en el error de mostrarse como un gobierno que amenaza las libertades individuales. Para nada: el desprecio de las personas de valores liberales y el rencor de los consumidores le hará perder más futuro que el apoyo momentáneo que le brinde el populacho.
Friday, May 11, 2007
La tentación populista
Publicado por Carlos Méndez en 9:12 AM
Etiquetas: sociedad libre ,Blog,Blogs ,Politics,Libertarian
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