por: Mary Anastasia O'Grady
Ben Bernanke ha emprendido una campaña de reducción de tasas y las expectativas inflacionarias están en aumento en Estados Unidos. La economía estadounidense, no obstante,
no es el único sitio en donde la imprudencia de la Fed está infligiendo dolor. Una política monetaria laxa y la debilidad del dólar también están minando las fuerzas a favor del libre mercado en América Latina, conspirando contra los intereses geopolíticos de EE.UU. en la región.
Aquí, en el país que ha avanzado más en las reformas económicas al norte de Chile, hay poca opción a importar la inflación estadounidense. Esto está afectando la popularidad de Arena, el partido defensor del libre mercado que ha estado en el poder desde 1989. Los altos precios son una de las principales preocupaciones públicas y encuestas preliminares indican que el partido de izquierda del ex grupo guerrillero FMLN podría sustituir a Arena en las elecciones presidenciales del próximo año.
Si el FMLN llega al poder, los enemigos de la libertad estarán listos para interpretarlo como un rechazo a la economía del mercado. Pero no tendrá nada que ver con eso. En su lugar, debería ser entendido como un signo de la frustración popular con un partido que, luego de
cuatro períodos presidenciales consecutivos, ha perdido su brío reformador. La debilidad del dólar y las políticas de antidesarrollo impulsadas por EE.UU. tampoco están ayudando.
Durante más de una década, El Salvador ha sido el ejemplo más claro de las reformas económicas en América Latina. Su agenda reformista bajo tres gobiernos democráticos previos, tuvo lugar después de una guerra de 12 años en contra del FMLN, una insurgencia terrorista financiada por Cuba y la Unión Soviética.
Desde 1992, el liderazgo democrático de El Salvador ha abierto mercados, reducido la injerencia del Estado en la economía y creado las condiciones para la competencia en la mayoría de los sectores económicos. En el caso de las telecomunicaciones, el gobierno audazmente hizo caso omiso del consejo de Washington, que insistía que un monopolio privado de 10 años era la única manera de hacer una transición desde un monopolio estatal. (Ese modelo retrasó a Argentina y México en cuanto a competencia en el sector). En su lugar, los políticos insistieron en una completa desregulación y la competencia ha bajado los precios y propiciado servicios de primera categoría.
Un insostenible esquema de pensiones públicas ha sido reemplazado por un sistema de contribución definida de administración privada; esto elimina un pasivo gigantesco de las cuentas del gobierno e incrementa la seguridad de los futuros jubilados. Las barreras a la importación
se han desmantelado, la competencia internacional ahora existe en el sector financiero y la economía se ha diversificado hacia los servicios y la manufactura de baja tecnología.
Aunque las estadísticas oficiales estiman un crecimiento promedio de 4,1% al año entre 1989 y 2004, el ex ministro de Hacienda Manuel Enrique Hinds me dijo en una entrevista que cree que la cifra es mucho mayor. Hinds ha publicado investigaciones extensivas exponiendo que los métodos tradicionales para medir el crecimiento salvadoreño no capturan los
cambios en la composición de la economía real. Cuando esto se toma en cuenta, insiste, la tasa promedio de crecimiento anual es de 6,2%. Los cálculos de Hinds son apoyadas por hallazgos del Banco Mundial y encajan bien con el hecho de que, entre 1991 y 2006, la pobreza salvadoreña
se redujo en la mitad y la pobreza extrema cayó del 28% a menos del 10% de la población.
Una de las reformas más beneficiosas de la década pasada ha sido la dolarización. Al dejar de lado su moneda local a favor de una integración monetaria con su mayor socio comercial, El Salvador eliminó los riesgos de una devaluación y disminuyó los costos transaccionales. Con ganancias y ahorros en moneda dura, los salvadoreños finalmente empezaron a acumular riqueza.
No obstante, al dejar la política monetaria en manos de la Fed, los salvadoreños quedaron vulnerables ante la debilidad de Bernanke como presidente del banco central estadounidense. El Salvador es una economía pequeña y abierta con una capacidad de producción limitada, y los efectos de la inflación del dólar se sienten aquí con mayor intensidad que en EE.UU. Con una inflación que casi llegó al 5% en 2007, y sin señales de que vaya a decaer, no es de extrañar
que la gente se esté quejando.
El alto precio del petróleo en dólares, que es importado, es una de las principales causas de la inflación salvadoreña. También lo es el costo de los alimentos importados. El Salvador tuvo su propio vibrante sector agrícola, pero la reforma agraria impuesta por EE.UU. durante
la administración Carter destruyó la gran y eficiente granja y dejó indigentes a las comunidades rurales. Por lo que en un momento en que la agricultura estadounidense se consolidaba y mecanizaba, un modelo primitivo de agricultura, menos de 500 hectáreas por granja, se forzó
en El Salvador. La agricultura nunca se ha recuperado del todo.
A los expertos, dignos del Departamento de Estado, que defendieron ese modelo les gustará saber que, si el FMLN gana la elección, se espera que ponga un límite aún más pequeño en el tamaño de las granjas. En estos días, no obstante, Washington está impulsando una agenda de "igualdad". Esta es una obsesión con aumentar la recaudación de impuestos como porcentaje del PIB.
El presidente Antonio Saca cedió ante esta presión al acordar complicar el código fiscal en un esfuerzo para recaudar más ingresos forzando a más personas a pagar más impuestos. La decisión puede que le haya ganado varias dádivas de Washington, pero no ha hecho nada por el crecimiento o el desarrollo del país, o por la popularidad de Arena. Un tema común es que el impuesto y la carga regulatoria para los empresarios está sofocando particularmente a las pequeñas y medianas empresas.
En otros asuntos, asimismo, el gobierno de Saca ha aparecido indiferente, en el mejor de los casos, ante la importancia de aumentar la competitividad. Necesarios proyectos de inversión en minería y energía se han topado con obstáculos burocráticos, sugiriendo que los reguladores son incompetentes o se han inclinado ante la presión de intereses especiales. Aún no hay competencia en la industria aérea, a pesar de las generosas metas de Saca para impulsar el turismo.
El gobierno también ha revocado contratos con empresas de servicios públicos extranjeras al imponer límites a las tarifas que pueden cobrar, un movimiento que levanta dudas sobre el imperio de la ley en un país que debería trabajar para atraer inversiones. No es de extrañar
que los jóvenes votantes, que no recuerdan la violencia del FMLN, lo estén considerando como una alternativa a Arena.
Hace un año, el FMLN lanzó la idea de deshacerse del dólar. La idea fue tan mal recibida que ha desaparecido desde entonces. Pero eso no cambia el hecho de que un dólar débil está alimentando el descontento.