Friday, February 29, 2008

Libertad económica, salvaguarda de los derechos humanos

Por: Hana Fischer

Una de las estafas intelectuales más notorias de nuestro tiempo es sostener que la libertad es divisible. Es decir, que es posible fraccionarla en dos ramas: la política y la económica. Quienes patrocinan esa postura también aseveran que la más importante en la vida de las personas es la libertad política y que la económica cumpliría un papel subsidiario. Eso es falso.

Así como la filosofía es la madre de todas las ciencias, la libertad económica es la matriz de la totalidad de los derechos y libertades de real significación para el hombre común.

Hagamos un repaso de la historia de la humanidad. La generalidad de los historiadores se esfuerza por transmitir la idea de que con la Revolución Industrial, surgida en Inglaterra a mediados del siglo XVIII, la existencia de las clases humildes desmejoró notablemente y describen las condiciones de vida de los obreros de entonces, para que se comparen con las de hoy.

Logrado el impacto emocional deseado, inmediatamente desarrollan lo que ellos titulan “Soluciones para la cuestión obrera”, dando énfasis a variantes socialistas. De ese modo, falazmente, se va inculcando el concepto de que si ha mejorado notablemente el nivel de vida de la población en su conjunto es gracias a la intromisión del Estado en el área económica y social.

Pero, cronológicamente hablando, la realidad de la humanidad fue exactamente a la inversa. Hasta la Revolución Industrial, las masas populares vivían permanentemente en la miseria más denigrante. Comparada con ella, la existencia de los obreros industriales era notablemente mejor.

A su vez, lo que hizo posible esa “revolución pacífica” fueron ciertos hechos –ocurridos principalmente en Gran Bretaña– que la fueron cimentando. La piedra angular fue la Carta Magna (1215). Los acontecimientos se dieron de esta manera: Guillermo de Normandía, también apodado “El Conquistador”, tras la victoria de Hasting en 1066, se convirtió en el monarca de Inglaterra. Inmediatamente organizó un gobierno muy centralizado. Se apoderó virtualmente de todas las tierras del país, despojando a los nobles terratenientes de sus bienes. Entonces, estos pasaron a ser meros “administradores” del rey.

En 1200 asumió Juan “Sin Tierra”, quien aumentó vigorosamente los impuestos. Esta fue la gota que colmó la paciencia de la población. Por eso, apoyados por el clero y los habitantes de las ciudades, los nobles ingleses se sublevaron y obligaron al soberano a firmar el documento, también conocido como “Magna Carta Libertatum”.

Este escrito consagró las libertades económicas, religiosas y políticas de los ingleses, convirtiéndose en el antecedente de las democracias modernas, en las cuales el rasgo esencial es la limitación del poder del Ejecutivo (cualquiera sea la forma que este adopte) y el respeto por los derechos individuales.

Juan Bautista Alberdi (1810- 1884) fue el inspirador de la constitución argentina de 1853. Gracias a la protección económica brindaba, ese país pudo alzar vuelo, al punto que a principios del siglo XX llegó a estar entre las naciones más prósperas del planeta. Alberdi recalcó que “las cartas de Inglaterra, que forman el derecho constitucional de ese país modelo, no salieron de las academias ni de las escuelas de derecho, sino del buen sentido de sus nobles y de sus grandes propietarios”. Y previene que en los planes de instrucción se debe “huir de los sofistas” porque promueven el surgimiento de demagogos.

No nos dejemos engañar. La evidencia histórica señala contundentemente que sin libertad económica no es posible una efectiva protección de los derechos humanos. En consecuencia, tampoco es posible vivir con dignidad.